lunes, 5 de septiembre de 2011

intronauta 1967

 


la pericia del navegante hizo que la primera de las seis solo rozase al auto blanco que acababa de pasar por la N-340 dividiendo en dos la poblacion de Albaida. Una señora grita y mira al cielo intentando esconderse en una escalera con la puerta cerrada y la bata arrugada entre las manos de plata, el caramelo de los niños con los colores rotos que retratan la acera, el sol se oculta tras una nube oscura y el horchatero se dispone a cerrrar la persiana livida. Don Jesus se asoma al balcon en el momento en que el segundo proyectil cae rozandole la nariz que le tapa la cara que se asemeja a la parte inferior de un antiguo auricular blanco. Sin cola de pez ni cuernos, suenan las mitologias con la explosion ahogada. Del exterior de la viñeta surge una mano peluda en amarillos. La enormidad coge al piloto por la nuca justo en el instante en que se dispone a abrir la baranda y deja caer la caja de madera, el unico proyectil que le queda. Unos segundos mas tarde con diez años ya, repaso mi coleccion de chapas de cocacola en el patio del Santa Maria, antes de la fila de las nueve ante el neonato muerto en Ontinyent, alla donde resuena el primer concierto de mi vida radio futura y pegamoides, la primera excapada de mi casa

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